Captain Tsubasa: Rumor of World Youth

The Right Stuff.


Rise, if you would.
...For that is our curse



Las cámaras siguen a Steve Wiebe en su intento por establecer un récord en el arcade de Donkey Kong, récord que pertenece, de momento, a Billy Mitchell. Billy se ha autoproclamado como El Mejor Gamer del mundo, un título que muchos otros toman en serio. Billy se caracteriza por vestir de oscuro con una corbata alusiva a la bandera de Estados Unidos, tener el cabello largo y lucir una figura delgada. Vive atrapado en una pinta noventera que es su carta de presentación, mientras calla, porque cuando abre la boca sus palabras se encargan de asegurarse que no va a existir nadie a su alrededor que vaya a desconocer sus méritos. Sabe que detrás de su logro más preciado hay fanáticos que lo ven como alguien capaz de lograr lo imposible, así como otros envidiosos que jamás llegarán a su nivel. Sabe, con seguridad, que su puntaje permanecerá imbatible y esto le asegurará una fama que no se equiparará nunca con su arrogancia. Billy es uno de los primeros seres que se regodean en su habilidad, se sienten tan bendecidos por ella que deben mostrársela al mundo: es su deber natural exhibir el don con el que ha nacido. Es El Elegido, el ungido por los recién descubiertos dioses de los videojuegos, tal vez el primer hombre que ostenta el título a El Mejor, al que se encuentra en lo alto de toda la pirámide formada por millones de personas que juegan solamente como un pasatiempo más. En lo más alto estará siempre Billy, y por debajo todos nosotros.

Steve Wiebe se muestra parco, concentrado, pero obligado a contar cosas a las cámaras que lo siguen. No sabe explicar muy bien esa pequeña obsesión por tratar de superar su mayor puntaje. Está cerca del de Billy, pero no está muy seguro de poder lograrlo. Solamente una fuerza superior a ellos mismos podría hacer que cambiaran las cosas, y un milagro lo ayudaría: tras varias controversias, a Billy le desconocen todos los récords enviados a Twin Galaxies, otorgando el título de El Mejor a Steve, quién hoy en día sigue jugando para no perder la práctica, y porque ha pasado tanto tiempo jugando que lo considera una obligación más. Steve está en el podio, en el primer lugar, aunque se aparta de la fama y ahora trabaja como profesor de matemáticas en Redmond. No le gusta ser reconocido, pero todos saben quién está en la cima: Steve Wiebe, el que nunca usó trampas. El verdadero elegido por los dioses, El Mejor jugador de Donkey Kong de todo el planeta.

The King of Kong, 2007.

Tantos géneros diferentes se fueron abriendo paso en los videojuegos que Los Elegidos fueron buscando nuevas maneras para mostrar su grandeza. No se trataba de ser el más rápido, o la persona con la mayor puntuación. En los juegos de combate era poco el aplastar a sus rivales, la meta era humillarlos. Una de las primeras formas en las que los más puros, aquellos bendecidos, podían compartirnos su habilidad en los campos de batalla incorporados a los FPS era acabando con los demás sin tener que utilizar la mirilla de las armas, sin apuntar. Los disparos desde la cintura fueron llegando a su máxima expresión con el 360 no scope, la marca de aquellos bendecidos por los dioses para separarse de todos los demás mortales. La complejidad surgió con las siguientes mutaciones: el 720 no scope, 720 no scope en el aire, el double headshot kill y, con la aparición de los vehículos en los diferentes tipos de juegos (que serían, siempre, Call of Duty o Battlefield), llegaría la demostración definitiva de todo aquello que ostentan Los Más Grandes, Los Mejores: pilotear un avión significaría, apenas, un breve receso en la vida del poseído por la gracia de los Dioses. El Elegido abandonaría su vehículo en el aire mismo y, allí, tomaría la vida de algún rival, para luego volver a su aeronave. Esta empresa, como siempre, evolucionó en otras formas complicadas de mostrar lo que se tiene, y solamente así se podría demostrar quién era El Mejor de todos.

Ya no se trataba tanto del número de bajas en su cuenta, sino de la calidad de las mismas. Los juegos resaltaban el derroche de habilidad y de talento al finalizar la partida mostrando a todos participantes el momento estelar en el que la brecha quedaba en evidencia: la jugada de la sesión quedaba grabada en las mentes de los demás, invitándolos a replicar sin éxito esa misma situación. Era allí dónde todo se partía en dos: de este lado los jugadores puros, hardcore, y de este otro los mugrosos casuales que estarían condenados para siempre a asistir como espectadores ante tanta grandeza. No importaba tanto ganar, sino figurar.  Primero el cielo, luego otro montón de excentricidades, fueron el escenario para Los Elegidos, para aquellos a los que todos intentarían emular, pero sería también el filtro que separaría a los destinados para la grandeza de lo más ordinario y común de la sociedad.
 



En 2004 se enfrentaron, por primera vez, Daigo Umehara y Justin Wong, dos de los más destacados jugadores de Street Fighter III del mundo. El ganador de este combate iría a la final, porque sin importar qué tantos elegidos haya, El Mejor solamente puede ser uno. La pelea comenzó desde antes del primer golpe, por el morbo que suscitaban dos personas que predicaban utilizando su grandeza y protagonismo. Muchos asistentes al evento, a este derroche de talento y magnificencia, decidieron grabar lo que se convertiría en los más memorables tres minutos de la historia competitiva de los videojuegos. Los astros se repartirían las dos primeras rondas sin demostrar un dominio absoluto del combate. Sería el tercer round el que iluminaría a todos los presentes con aquello que tienen Los Elegidos, eso que nosotros como meros mortales jamás podremos ostentar.

Tras recibir una paliza, Umehara quedó con la mínima unidad de vida disponible, relegándolo a esperar una apertura imposible en la defensa de su contrincante que, con un combo, quiso aprovechar la gran ventaja que significaba conectar cualquier ataque. El combo consistía en quince golpes consecutivos a los que, para anularlos, se debía hacer un counter. Un gran counter compuesto por quince counters sucedidos rápidamente y con una cadencia irregular, un gran counter que Umehara logró forjar al tiempo que los asistentes fueron perdiendo la cordura al evidenciar tanta gracia divina en un solo hombre, tanto esplendor en una jugada que duraría apenas un par de segundos, pero que se conservaría para siempre en la historia.

Umehara pasaría a la final, en la que fue derrotado. Ser El Mejor era algo circunstancial: crear un hito significaba mucho más que ganar un campeonato. Tales son los designios de La Providencia. Los Dioses del Gaming son incomprendidos.





Dark Souls era el nuevo filtro. Miles de controles sintieron la frustración de los gamers en todos los rincones de la tierra. La plebe era aquella que se intimidaba con el primer jefazo. La plebe era aquella que desistía a mitad del camino. El término Git Gud fue acuñado como una burla para toda esa escoria que se lamentaba por lo hostil que resultaba el juego. Era la absoluta panacea: eres muy malo si sigues quejándote. No cabía una pizca de criticismo para la obra que reivindicaba el oficio, para todo aquello que iba perfeccionando el filtro que, nuevamente, y para siempre jamás, separaría a los realmente buenos, a aquellos bendecidos por los dioses, de esos pobres paganos que escalaban dex y aumentaban los atributos de vitalidad y fuerza. Con esta nueva ola llegaría la locura, porque si muchos son buenos entonces nadie lo es: no solamente comenzó la moda de terminar el juego sin aumentar de nivel, el SL 1 run, sino que fue tanto que alguien utilizó una banana como un control para acabar la última parte de la trilogía. Pero esto iría más allá: alguien terminó todos los juegos de este estilo (los Soulsborne: Demon's Souls, Dark Souls, Dark Souls II, Bloodborne, Dark Souls III) en lo que se llamó el God Run, que no es otra que cursar cinco juegos de forma consecutiva sin recibir daño alguno. Y si resultaba herido, por cualquier razón, debía volver a comenzar, desde el primer juego, Demon's Souls, y volver a finalizar cada una de las entregas. Hasta el Jefe Final, hasta la última escena de Dark Souls III. El mundo quedó asombrado. El God Run, literalmente La Carrera Nivel Dios. El Mejor transmitió su hazaña para todos aquellos incrédulos ante esto que se antojaba imposible.

Muchos de los testigos de las hazañas que se relatan aquí, y las tantas más que hacen falta, ante la imposibilidad de replicar estos escenarios, se fueron forjando como los Guardianes de lo Justo, quienes decidían si algo realmente puede pertenecer al vulgo, o si era algo exclusivo de los recipientes de la voluntad divina, de Los Elegidos. Los testigos de los Elegidos eran quienes se despachaban con odio contra todos aquellos que les resultaban inferiores. La única paga de estos Guardianes era aumentar su pobre orgullo en una forma de exclusión que, como todas, se basa en tener que demeritar algo para exaltar otra cosa. Eres menos, por lo tanto soy mejor. Terminaste un juego recurriendo a trampas, por lo que te engañaste a tí mismo.




La noche en la que Vers cae en el planeta Tierra lo hace en un Blockbuster. La ironía llega al límite cuando, de entre todas las películas que hay en el lugar, se fija en una llamada The Right Stuff. Esta película es la primera y más fiel representación del ego del piloto norteamericano, algo que se repetiría con mayor éxito en Top Gun. En ella se relata de manera incompleta (hay que comprender que es la adaptación del libro del mismo nombre escrito por Tom Wolfe) la travesía de los primeros siete astronautas de los Estados Unidos, haciendo énfasis en el mítico Chuck Yeager, quien fue el primer hombre capaz de llevar a un avión a una velocidad superior a Mach 1, proeza que logró con dos costillas rotas, y un brazo casi inservible, producto de una borrachera la noche anterior al vuelo oficial. La película, y el libro, retratan la jerarquía de egos que los pilotos tenían, y en cuya cabeza estuvo casi siempre Yaeger. 

Vers, luego de luchar toda la película con su doble vida, los obstáculos, un infantil escalafón imaginario y las imposiciones de los demás, suelta una frase que la hace libre: "no tengo nada que demostrarle a nadie".

Creo, sinceramente, que esa es la más grande consideración que se debe tener en cuenta con todo este debate tonto sobre la dificultad en los videojuegos.



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